viernes, 12 de julio de 2013

La Salvación

La salvación procede de Dios únicamente por su gracia. Desde el principio, nunca hubo otra forma de salvación a no ser por gracia. Esta verdad es claramente establecida en la Biblia (Génesis 6:8; Éxodo 33:12, 17; Jeremías 31:2; Efesios 2:8-9; Tito 3:5). A no ser por la gracia y el amor que Dios provee para que todos los hombres puedan salvarse, nadie podría librarse del castigo merecido por sus propios pecados.

El medio divinamente señalado para la salvación del hombre es la muerte sustitutiva y la resurrección de Yeshúa el Mesías (Hechos 4:12; 1ª Corintios 15:3; Romanos 4:25) que constituyen las columnas fundamentales sobre las que descansa la salvación de los hombres. La salvación no se adquiere por la imitación de la vida del Mesías, aunque su vida sin pecado siempre constituirá el ideal de la vida del hombre salvo (2ª Corintios 3:18). Una persona debe llegar a ser una nueva criatura por medio de la fe en la muerte y resurrección del Mesías para que luego pueda vivir una vida que se conforme al Mesías.

La salvación se concreta en una persona cuando ésta pone toda su fe en Yeshúa el Mesías como su propio Señor y Salvador (Efesios 2:8; Hechos 16:31; Romanos 10:9). Nadie es justificado o considerado justo delante de Dios sin la experiencia de la salvación, pues nadie puede ganarla por medio de buenas obras. La fe que se origina en la salvación involucra toda la persona, incluye el consentimiento mental, confianza personal y sometimiento a la voluntad de Dios (creer, confiar y obedecer).  Ésta fe involucra el arrepentimiento o cambio de mente con relación al pecado, y el volverse a Dios (Hechos 3:19; 20:21; 1ª Tesalonicenses 1:9).

La salvación le es dada al hombre para que éste se sujete a la voluntad de Dios (Deuteronomio 30:20, Efesios 2:10), por lo que la obediencia no es para ganar la salvación, sino una consecuencia de la misma, es fruto de la nueva naturaleza del creyente.  Los esfuerzos del hombre, a pesar de sus buenas intenciones, antes o después de su salvación, no tienen nada que ver con ella. La Salvación es basada en la obra completa de Yeshúa y nada se le puede añadir.

Los hijos de Dios son llamados a una vida de separación de las prácticas pecaminosas y carnales (Mateo 19:9; 1ª Corintios 6:7-8; 2ª Corintios 6:14-17; Efesios 4:17-32; 1ª Juan 2:15-17), y a caminar como es digno del Señor y de su vocación celestial (Efesios 4:1; Colosenses 1:10; 1ª Tesalonicenses 2:12), de tal forma que en nada tengan que ser reprochados por sus semejantes (Efesios 5:1-2; 1ª Tesalonicenses 4:12; 1ª Pedro 2:15-16). Puesto que los hijos de Dios cumplen distintos propósitos y servicios, éstos deben mantener su relación con el mundo, pero no participar de sus prácticas pecaminosas (Juan 17:14-16; 2ª Corintios 6:14, 7:1; 1ª Juan 2:15-17).

Una persona salva recibe muchos beneficios, pero algunos de ellos son: El perdón de los pecados y la justificación ante la presencia de Dios (Hechos 3:19; 13:38-39; Romanos 3:28). La culpabilidad y el castigo del hombre pecador son removidos y éste es declarado justo delante de Dios. El creyente ha sido hecho participante real, no corporal o físicamente, pero sí espiritual y legalmente, de la muerte del Mesías, por medio de la cual ha sido justificado del pecado (Romanos 6:3-7; 2ª Corintios 5:14). Otro beneficio básico es el otorgamiento de una nueva vida por medio del nuevo nacimiento. La vida eterna es dada por el Espíritu Santo a una persona que ha conocido al Mesías como su Salvador y Señor y ha puesto verdaderamente su fe en Él (Juan 3:16, 36; 10:28; Colosenses 3:3; 1ª Juan 5:11-12). Otro beneficio obtenido en la salvación es el de gozar de una permanente relación con Dios, en la que Dios llega a ser padre de la persona y la persona llega a ser su hija (Juan 1:12; Romanos 8:14-17). Las bendiciones y privilegios obtenidos en la salvación son innumerables.

El hombre

Fue creado por un acto expreso de la Omnipotencia de Dios a su propia imagen y semejanza (Génesis 1:27), pero por el pecado que cometió mereció la muerte física y la muerte Espiritual, que es la separación de Dios (Génesis 3; Romanos 5:12). Él acarreó sobre sí mismo y sobre toda la raza humana el castigo por el pecado con la muerte física y la muerte Espiritual. Desde Adán, cada hombre nace con una inclinación al mal dada por una naturaleza pecadora inherente (Salmo 51:5; Romanos 5:12; 6:17) y tan pronto como obtenemos la edad de responsabilidad moral, inevitablemente cometemos actos personales de pecado porque somos pecadores por naturaleza. Todos los hombres, por lo tanto, están bajo la justa condenación de Dios y son incapaces de salvarse por sí mismos o presentar obras buenas o sacrificios aceptables delante de Dios (Isaías 64:6).

La necesidad de creer en el hecho histórico de la caída es señalada por la enseñanza de Pablo referente al paralelismo y contraste que existe entre los hombres que están “en Adán” y los que están "en el Mesías" (Romanos 5:12-21; 1ª Corintios 15:21-22). Sin el reconocimiento histórico de Adán no se puede, consecuentemente, aplicar con eficacia la obra del Mesías y su redención.

Todos los hombres somos culpables delante de Dios y nos hemos hecho merecedores de su justa condenación (Juan 3:36; Romanos 5:16-18). Somos responsables por esta culpabilidad por nuestros pecados y por esto merecedores de la sentencia pronunciada por Dios (Romanos 6:23). Aunque el hombre es capaz de practicar, las así llamadas buenas obras regidas por relativos parámetros humanos, sin embargo, ninguna obra, palabra, o motivación del hombre puede llegar a la medida de perfección que requiere la Justicia de Dios expresada en su Palabra. Solamente la gracia de Dios, ofrecida gratuitamente a través del Mesías puede brindar esperanza y salvación para el hombre pecador. La salvación se recibe solo por la divina gracia (Efesios 2:8-9) y los hombres son justificados únicamente por el derramamiento de la sangre de Yeshúa el Mesías (Romanos 3:24; 5:9), la cual llega a ser eficaz para una persona solamente por poner su fe personal en el Mesías (Efesios 2:8-9; Romanos 3:24-26; Tito 3:5; 1ª Pedro 1:18-21).

Un verdadero hijo de Dios tiene dos nacimientos, uno de la carne o nacimiento físico y el otro del Espíritu; y éstos le dan al hombre una naturaleza carnal y otra espiritual (Juan 3:3-7; 1ª Pedro 1:23). La naturaleza carnal no es ni buena, ni justa, pero si pecaminosa. La naturaleza espiritual no comete pecado (1ª Juan 3:9; 1ª Juan 5:18). Esto resulta en una batalla entre el espíritu y la carne, la cual continúa hasta la muerte física o hasta el regreso de Yeshúa el Mesías. La naturaleza carnal del hombre no cambia en ninguna manera a causa del nuevo nacimiento espiritual, pero puede ser dominada y controlada por el nuevo hombre (Romanos 7:15-25, Romanos 8: 1-23; Gálatas 5:17; 1ª Juan 1:8).

El Nombre de Dios

Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre de Yahweh nuestro Dios eternamente y para siempre (Miqueas 4:5).

Es un mandamiento de Dios que su nombre fuera recordado (Éxodo 3:15), que su nombre no sea usado vanamente (Éxodo 20:7), que no juremos falsamente por su nombre (Levítico 19:12) y que no olvidemos su nombre (Salmo 44:20-21).

El nombre de Dios fue escondido por causa de la rebeldía del pueblo de Israel (Jeremías 44:26), razón por la cual no se menciona ni una sola vez en el Nuevo Pacto, a no ser en el nombre del Mesías y en la palabra Aleluya (aunque la escritura en griego lo distorsiona), ya que este nombre solo sería revelado nuevamente al final de los tiempos juntamente con la salvación de Yahweh (Isaías 52:6).

El nombre Yeshúa corresponde al nombre Yahoshúa abreviado, el cual contiene el nombre de Yahweh (Éxodo 23:21) porque Él es EmanúEl (Dios con nosotros) y su nombre significa Yahweh es salvación, por lo que el nombre de Dios es dado a conocer solamente por medio de Él (Juan 17:26).

Está profetizado que solamente en los últimos tiempos Él devolvería pureza de labios para que invoquemos su verdadero nombre (Sofonías 3:9), cuando Él quitaría los nombres falsos con los que se le ha invocado (Oseas 2:16-17) y daría a conocer su nombre (Jeremías 16:21; Zacarías 14:9b).


Vea aquí una "Reseña histórica de la transformación del nombre Yahweh en Jehovah"






En Éxodo 20 el primer mandamiento es que recordemos el nombre de Él.
En Éxodo 3:15, se menciona que su nombre fuera recordado.
En Levítico 19:12, se menciona no jurar falsamente por su nombre.
En el Salmo 44 verso 20 y 21, se menciona no olvidarse de su nombre.
En el Salmo 20 verso 7, se menciona tener memoria de su nombre.
En Jeremías 23 verso 27, menciona que se olvidaron de su nombre.

Está profetizado que en la madrugada del tercer día, Él devolvería pureza de labios para que invoquemos su verdadero nombre, ver Sofonías 3 verso 9.

Dios quita los nombres falsos con los que se le ha invocado (ver Oseas Cap. 2 verso 16 y 17).

El nombre del padre Eterno se escribe YHWH y se pronuncia IAUE. Por eso decimos HALLELU-YAH (exaltado sea YHWH).

El Espíritu Santo

El Espíritu Santo es Dios. Dios es santo (Levítico 11:44; 1ª Pedro 1:16). De hecho, solo Él es santo en Sí mismo. Dios también es Espíritu (Juan 4:24), y hay solamente un Espíritu de Dios (1ª Corintios 12:11; Efesios 4:4). Por lo tanto, “Espíritu Santo” es una manifestación del único Dios.

Él inspiró las Sagradas Escrituras (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:21), Él ha venido para convencer al mundo de pecado (Juan 16:8-16), para producir el nuevo nacimiento (Juan 3:5-8), para ser nuestro guía (Romanos 8:14), nuestro maestro (Juan 16:13; 1ª Corintios 2:13) y revestirnos de poder para llevar una vida victoriosa sobre el pecado (Romanos 8:3-4). El Espíritu Santo bautiza a cada creyente en el cuerpo Espiritual del Mesías en el mismo instante que éste recibe la salvación por su fe en el Mesías (1ª Corintios 12:13) y lo sella para el día final de redención (Efesios 1:13-14). Los dones espirituales provienen de Él para que los creyentes cumplan con su respectiva función dentro del Cuerpo del Mesías que es la Iglesia.

El Espíritu Santo guía a cada creyente al conocimiento de toda verdad (Juan 14:26; 16:13). Él abre la mente del creyente para que entienda las Escrituras y la verdad de Dios. Esto no quiere decir que el creyente pase a ser infalible en el entendimiento de la verdad, sino que, con la ayuda del Espíritu, es capaz de percibir una correcta perspectiva de la realidad, usar su mente en forma correcta, a diferencia de quien no tiene el Espíritu.

El Espíritu Santo llena a cada creyente para que pueda vivir una vida de santidad y de victoria sobre el pecado (Efesios 5:18). Como el Espíritu llena y controla progresivamente la vida del creyente, la voluntad de Dios, que es su santificación (1ª Tesalonicenses 4:3), es progresivamente perfeccionada en su vida. Es deber del creyente rendirse al control del Espíritu y caminar de acuerdo a Él para que el fruto del Espíritu pueda ser manifestado en su vida. (Gálatas 5:16-25).

Así como el Espíritu Santo llena al creyente, Él también le reviste de poder para que testifique y le sirva (Hechos 1:8). Es notable en los relatos bíblicos, que personas débiles y temerosas fueron transformadas en testigos intrépidos y persuasivos por el poder del Espíritu Santo (Hechos 2:14-37; 3:12; 4:8, 31; 6:8; 9:20-22). Este poder viene únicamente del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo provee dones espirituales al pueblo de Dios para que el ministerio de la Iglesia pueda ser cumplido con orden y bien concertado (1ª Corintios 12:4-11). Los dones Espirituales están presentados en 1ª Corintios 12:8-10, 28-30 y Romanos 12:6-8.  Todos los dones deben ser ejercidos bajo el control del amor (1ª Corintios 12:7-10) y en una forma ordenada (1ª Corintios 14:33, 40).

Las lenguas, interpretaciones, profecías, sanidades y milagros no son prueba de que alguien sea bautizado en el Espíritu Santo, ni evidencian su salvación (Mateo 7:22-23; Gálatas 3:2-14; Juan 7:38-39).

El Mesías y su Obra

Yeshúa significa Yahweh es Salvación como vemos en Mateo 1:21: “Ella dará a luz un hijo; y lo llamarás Yeshúa, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mesías significa Ungido.

1. Él es Yahweh manifestado en carne según vemos en 1ª Timoteo 3:16 “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria”. (Ver también Juan 1:14 y Colosenses 2:9).
2. Tomás confesó a Yeshúa como Señor y Dios (Juan 20:28).
3. Según Hechos 20:28, la iglesia fue comprada con la sangre propia de Dios, específicamente la sangre de Yeshúa.
4. Pablo describió a Yeshúa como “nuestro gran Dios y Salvador Yeshúa el Mesías” (Tito 2:13).
5. Pedro lo describió como “nuestro Dios y Salvador Yeshúa el Mesías” (2ª Pedro 1:1).
6. Nuestros cuerpos son templo de Dios (1ª Corintios 3:16-17), y sabemos que el Mesías mora en nuestros corazones (Efesios 3:17).
7. En Colosenses 2:9 se enfatiza la deidad del Mesías. “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (véase también 1:19). Según estos versículos de la Escritura, Yeshúa no es simplemente una parte de Dios, sino que el total de Dios es residente en Él.
 
Yeshúa afirma ser el Álef y la Tav, el Alfa y Omega o el principio y el fin, primero y último. Él es la Vida y la fuente del agua de Vida, en Apocalipsis 21:7 Yeshúa afirma que Él será el Dios y el Padre de quienes vencieren para ingresar al Reino, lo que es el cumplimiento de la promesa hecha en Éxodo 29:45 y citada de nuevo en 2ª Corintios 6:16 y Hebreos 8:10.

En la Biblia vemos que en Yeshúa el Mesías se integraron la naturaleza humana y divina de una manera como ningún otro ser humano jamás ha tenido. La naturaleza humana o carne y la naturaleza divina o Espíritu manifestaron a quien la escritura llama EmanúEl o Dios con nosotros (Isaías 7:14; Mateo 1:23), reconociendo según la escritura que no hay otro Dios sino Yahweh (Isaías 45:5). Como hombre, Yeshúa fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen María, sin que haya existido relación marital con José o con ningún hombre (Lucas 1:34-35; Mateo 1:20-25).

Yeshúa es el “logos”, la palabra de Dios hecha carne, quien puso su tabernáculo entre nosotros.  Es a la vez totalmente hombre y totalmente Dios (Mateo 1:23; Juan 1:1-2 y 14). Yeshúa es el buen pastor y el cordero a la vez (Salmo 23:1; Juan 10:11 y 14), es Señor de Señores y Rey de Reyes (1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 19:16). Es el que puede caminar sobre las olas del mar (Génesis 1:2; Job 9:8; Mateo 14:25).

Vivió una vida sin pecado (Hebreos 4:15; 1ª Pedro 2:22-23), Él no tuvo una naturaleza pecadora como todos los hombres poseemos desde Adán. En forma victoriosa soportó la tentación del diablo (Mateo 4:1-11), a diferencia de Adán y Eva, quienes sucumbieron a la tentación del diablo (Génesis 3:1-7). Yeshúa no hubiera sido apto para cumplir su tarea de expiar nuestros pecados si Él mismo hubiera caído en pecado. Murió en el madero como un sacrificio sustitutivo perfecto por los pecados de todos los hombres (Isaías 53:5-6; Juan 1:29; Hebreos 2:9; 1ª Pedro 3:14; 1ª Juan 2:2); resucitó corporalmente (Mateo 28:6; Lucas 24:38-43; Hechos 10:40; 1ª Corintios 15:3-4); ascendió a la diestra del Padre. La diestra significa fuerza, poder, importancia, y preeminencia, desde donde Él ejerce como sumo Sacerdote e intercesor, como vemos en Mateo 26:64: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” (Véase también Marcos 14:62; Lucas 22:69; Hechos 1:1-9; Romanos 8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 1ª Juan 2:1). Su regreso para llevar a su Iglesia es inminente y premilenial (Juan 14:3; 1ª Corintios 15:51-52; 1ª Tesalonicenses 4:13-18; Tito 2:13); después de la tribulación Él establecerá su reino milenial sobre la tierra (Zacarías 14:4-21; Apocalipsis 20:4-6). Yeshúa es el único Salvador del mundo (Hechos 4:12).

La muerte de Yeshúa es central en el plan de Dios de salvar a los hombres. Su muerte fue predeterminada por la voluntad de Dios (Hechos 2:22-23) y anunciada en las figuras de los sacrificios de la Torah (Juan 1:29; Hebreos 9:12-14), los cuales manifestaban el justo requerimiento de la Justicia de Dios, que demanda la muerte por el pecado (Romanos 3:21-26). Él murió en lugar de los hombres que estaban bajo la sentencia de muerte, para que así estos no sufran la pena de una separación eterna de Dios (Isaías 53:5-6; 1ª Corintios 15:3; Hebreos 2:9; 1ª Pedro 2:24). La sustitución es el corazón mismo de la enseñanza de la muerte del Mesías. Esta verdad es la más importante en términos de los requerimientos de la ley de Dios. Creemos además, que la muerte del Mesías fue en favor de todos los hombres (1ª Timoteo 2:6; 1ª Juan 2:2; Juan 1:29), y que al ser representativa, vicaria y sustitutiva, la muerte del Mesías viene a ser la muerte legal o judicial de todos los hombres que creen en Él (2 Corintios 5:14; Romanos 6:3-6). Sin embargo, los beneficios de su muerte no son para todos de manera automática, pues debe haber respuesta o decisión de fe por parte del hombre (Juan 3:16; Romanos 3:22).

Yeshúa se levantó del sepulcro en forma corporal. La resurrección física de Yeshúa es confirmada por los cuatro escritores del evangelio (Mateo 28; Marcos 16; Lucas 24; Juan 20), y fue el tema principal en la predicación de los apóstoles (Hechos 2:14-32; 3:15; 13:29-30; 1ª Corintios 15). Esto comprueba la afirmación de Yeshúa de que Él es el Hijo de Dios, asegura que Dios aceptó su muerte como un sacrificio sustitutivo por los pecados; asegura el fundamento para la nueva vida que Dios ofrece a todos los que creemos en Yeshúa (Romanos 5:10; 8:11), garantiza el cumplimiento pleno del programa redentor de Dios y la victoria final sobre el postrer enemigo, la muerte, (1ª Corintios 15:22-23, 26, 55-57).

Yeshúa ascendió a los cielos y su ministerio actual ante la presencia de Dios es interceder en favor del pueblo de Dios. Lucas narra la ascensión como un hecho histórico (Lucas 24:50-53; Hechos 1:9). Allí, Él nos representa ante Dios como nuestro Gran Sumo Sacerdote y Abogado (1ª Juan 2:1).

Yeshúa regresará personal y físicamente a la tierra. Así les prometió a los que le siguieron (Juan 14:13; Hechos 1:11) y así fue enseñado explícitamente por los apóstoles (1ª Tesalonicenses 4:13-18). El tiempo de este retorno es inminente. El pueblo de Dios está advertido acerca de que debe velar en todo tiempo por su regreso (1ª Tesalonicenses 5:4-9).

Yeshúa el Mesías es el único salvador del mundo. En este mundo de proliferación de religiones, la Biblia declara que hay un sólo camino para la salvación de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2), que es el Mesías (Juan 14:6; Hechos 4:12). Los hombres deben confiar en Yeshúa el Mesías y conocerle personalmente.

Yeshúa es el Señor de todo. Él ha sido levantado por Dios a la posición de suprema autoridad sobre toda la creación (Mateo 28:18; Juan 17:2; Filipenses 2:9-11). Los hombres deben someterse voluntariamente a su autoridad en esta vida o tendrán que presentarse ante Él como Juez en la vida venidera. No hay ninguna forma de eludir la autoridad absoluta de Yeshúa el Mesías.