martes, 13 de agosto de 2013

Versión de la biblia para la aplicación mysword

Esta es una versión de la biblia para la aplicación mysword que se instala en Android y es para aquellos que "ya tienen la aplicación mysword previamente instalada".

Solamente tienes que bajar el archivo "A Yeshua.bbl.mybible.rar" y descomprimirlo.

Con esto tendremos un archivo llamado "A Yeshua.bbl.mybible" que guardaremos dentro de la carpeta "bibles" en el directorio donde está instalada la aplicación Mysword.

Ejemplo:

/storage/sdcard0/mysword/bibles/

Una vez copiado el archivo, abrimos la aplicación y ya.

Link para download:


Si no ves la imagen puedes descargarlo directamente desde aquí:

viernes, 12 de julio de 2013

Satanás

(Job 1:6-7) Es un ser personal y de carácter depravado y malvado (Génesis 3:1; Mateo 3:1-10; Zacarías 3:1-2; Apocalipsis 12:10), enemigo de Dios y de los hombres (Génesis 3:1). No se halla  ningún vestigio de verdad en él (Juan 8:44).

Se le presenta en la Biblia como el adversario, oponiéndose a Dios a través de sus acechanzas, siempre tratando de anular los buenos propósitos de Dios (Génesis 3:1-5;). Aparece como el opositor, tratando de engañar y destruir al hombre que ha sido hecho a la imagen de Dios (Job 1:8-11; 2ª Corintios 4:4; 1ª Pedro 5:8).

Tiene una compañía de seres diabólicos, que son capaces de tentar a los hombres en muchas formas para que éstos no obedezcan la voluntad de Dios (Mateo 12:24-28; Judas 6; Apocalipsis 12:9). Estas actividades pueden ser idolatría, culto a Satanás, prácticas ocultistas y astrología, que son inspiradas por los demonios y acerca de las cuales el pueblo de Dios está prevenido de no participar en ellas (Deuteronomio 18:10-14; 1ª Corintios 10:19-21).

En el Nuevo Pacto se le describe como “el dios de este mundo” (2ª Corintios 4:4), “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11), el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2). Él somete a los hombres a su sistema de maldad para cumplir sus propios designios funestos (1ª Juan 5:19). Aunque sus poderes son sobrenaturales, éstos están limitados por el poder soberano de Dios. Satanás no puede cumplir sus designios siniestros más allá de lo que Dios específicamente le permite (Job 1:6-12; 2:1-6; 1ª Corintios 10:13).

Ya fue juzgado, su juicio se consumó por medio de la muerte de Yeshúa en el madero (Juan 16:11; Hebreos 2:14), y finalmente será arrojado al lago de fuego, infierno o Gehena, donde permanecerá eternamente (Apocalipsis 20:10-15).

La esperanza del creyente y los eventos futuros

Al morir el hombre, su espíritu no deja de existir ni se vuelve inconsciente (Eclesiastés 12:7;  Lucas 16:19-31;  2ª Corintios 5:6-8).

La vida eterna es una posesión presente (Juan 5:24). Al morir físicamente el justo, su alma va al Seno de Abraham (Génesis 25:8, 25:17, 35:29; Deuteronomio 32:50; Números 20:24-26; Lucas 16:22-23) y el alma del perdido espera en el Seol o Hades (Job 24:19; Salmo 9:17, 31:17; Eclesiastés 9:10; Hechos 2:27; Salmo 16:10; Apocalipsis 20:13), mientras que el espíritu de los justos vuelve a Dios para estar con el Señor en el cielo (Lucas 23:46; Filipenses 1:21-24; Hechos 7:59), luego, cuando el Mesías venga por su pueblo, sus cuerpos serán resucitados (1ª Corintios 15:51-53; 1ª Tesalonicenses 4:13-18), y juntándose con los creyentes que estén viviendo en la tierra, sus cuerpos serán transformados en la semejanza del cuerpo glorificado del Mesías (Filipenses 3:21; 1ª Tesalonicenses 4:15-17; 1ª Juan 3:2) y ellos para siempre estarán con el Señor (1ª Tesalonicenses 4:17).

Cuando el Mesías se ponga a juzgar a los salvos, éstos recibirán recompensa por las obras que son aprobadas por Dios, o bien sufrirán pérdida por sus obras no aprobadas (1ª Corintios 3:11-15; 2ª Corintios 5:10). La obediencia a su Ley es recompensada con bendiciones. Las coronas y recompensas en el Tribunal del Mesías estarán directamente relacionadas con la práctica de su Palabra (Salmo 19:11; 1ª Corintios 3:14; 1ª Pedro 5:4; 2ª Juan 1:8; Apocalipsis 22:12).

Todos aquellos que rehúsan recibir a Yeshúa como su Salvador en ésta presente vida comparecerán delante de Dios para ser finalmente juzgados y condenados en el juicio del gran trono blanco, al eterno castigo consciente en el infierno (Mateo 25:46; Juan 3:16-18; Apocalipsis 20:11-25).

Aunque el énfasis de la Biblia está en la resurrección de los muertos en el Mesías, que ocurrirá en el instante de su retorno para llevarlos consigo al reino de los cielos que se establecerá por mil años en la tierra (1ª Corintios 15:20-23; 1ª Tesalonicenses 4:14-16; Apocalipsis 5:10; Apocalipsis 21:3), también los incrédulos serán resucitados, después del milenio, y juzgados delante del gran trono blanco (Apocalipsis 20:11; Daniel 12:2; Hechos 24:15). La garantía de nuestra resurrección futura es la resurrección de Yeshúa y su cuerpo glorificado es el modelo del cuerpo resucitado del creyente (1ª Corintios 15:20; Filipenses 3:20-21; Hechos 7:59).

La Biblia provee una amplia esperanza al creyente de que después de su muerte y antes de la resurrección final, su espíritu irá inmediatamente a estar con el Señor (Eclesiastés 12:7). Este periodo intermedio entre la muerte y la resurrección es una bienaventuranza consciente para el creyente y la liberación de sus preocupaciones y sufrimientos (Lucas 16:19-31; Apocalipsis 6:9).

El aspecto más animador de la esperanza del creyente sobre su futuro es que ha sido liberado de la condenación de sus pecados. Por la gracia de Dios y por medio de la fe en el Mesías, el creyente ha sido exonerado de sus pecados y ya no habrá para él juicio de condenación (Juan 5:24; Romanos 8:1).

Luego del reino milenial de Yeshúa la tierra será destruida por fuego. Luego serán creados nuevos Cielos y una Nueva Tierra, donde reinará Yeshúa junto a todos los creyentes por toda la Eternidad. Allí no habrá muerte, ni dolor, ni tristeza, ni llanto, ni hambre, ni sed (Isaías 65:17; Isaías 66:22-23; 2 Pedro 3:7-14; Apocalipsis 22:1-5).

La Torah

La palabra “Torah”, traducida en el Nuevo Pacto como “Ley”, significa "Instrucción" y es la instrucción de Dios para su pueblo. Yeshúa no vino a abolir ni a poner fin a la Torah ni a los escritos de los profetas, sino a cumplirlos (Mateo 5:17-19, 7:21-23, 15:3 y 19:17; Lucas 10:25-28; Romanos 13:8-10) y es autor de eterna salvación para quienes le obedecen (Hebreos 5:9). Él es el modelo de vida para todo creyente (Mateo 10:25; 1ª Corintios 11:1; Efesios 5:1; 1 Tesalonicenses 1:6).

La Torah contiene el Antiguo Pacto, pero éste no es la Torah sino parte de ella. Pablo en Gálatas 3:11 refiere como Ley o Torah al pasaje que cita de Habacuc 2:4. El Nuevo Pacto amplía la comprensión del Pacto Mosaico al darle su correcto entendimiento (Lucas 24:27; Juan 5:39; Hechos 18:28; 2ª Corintios 3:14), no contradice, ni añade o quita a la Torah (Deuteronomio 4:2) sino que desarrolla, explica y revela los misterios que fueron dados una vez para siempre (Juan 5:46-47). El hijo de Dios muestra su amor a su Dios y Salvador haciendo suyos sus mandamientos y poniéndolos en práctica (Juan 14:15, 21-24; Juan 15:10; 1ª Juan 2:3-7; 1ª Juan 3:22; 1ª Juan 5:3; 2ª Juan 1:6; Apocalipsis 12:17; Apocalipsis 14:12). La voluntad de Dios expresada en su Torah es para todo creyente siempre que le sea aplicable. Dios promete colocar su Torah en el corazón del creyente (Jeremías 31:31-33, 32:40; Ezequiel 11:19-20; Hebreos 8:10, 10:16-17) y hacer que éste ande según sus estatutos y preceptos (Ezequiel 36:26-27).

La Torah produce libertad (Salmo 119:44-45; Santiago 1:25), gozo (Salmo 19:8, 119:47), convierte el alma (Salmo 19:7), produce fruto (Salmo 1:2-3), trae bendición (Deuteronomio 28:1-14), da sabiduría e inteligencia (Deuteronomio 4:6-8) y produce deleite (Salmo 119:70).

La Torah es perfecta (Salmo 19:7), pura (Salmo 19:8), es verdad (Salmo 119:142), es la herencia de la congregación de Jacob (Deuteronomio 33:4), es justicia, misericordia y fe (Mateo 23:23), es santa y el mandamiento es santo, justo y bueno (Romanos 7:12), hay maravillas en la Torah (Salmo 119:18).

La instrucción de Yahweh contiene normas de vida para el ser humano a fin de que éste sea su especial posesión y viva apartado de las costumbres de los demás pueblos de la tierra (Éxodo 33:16, Levítico 20:26), prolongue sus días y sea prosperado en todo lo que haga (Deuteronomio 5:16, 6:2, 17:20, 32:47; Josué 1:7-8; 1ª Reyes 2:3).

La palabra de Dios define al pecado como una transgresión a la Torah (Romanos 3:20, 5:13, 7:7; 1ª Corintios 15:56; Santiago 2:9; 1ª Juan 3:4), es por esta razón que no creer que Yeshúa es el Mesías es pecado (Juan 16:9), porque toda la Torah habla de Él (Juan 5:46-47).

La Torah del Mesías (Gálatas 6:2) no es otra Torah diferente a la Torah de Yahweh (Éxodo 13:9; Esdras 7:10; Nehemías 9:3; Salmo 1:2, 19:7, 119:1; Isaías 30:9; Jeremías 8:8).

La Iglesia

La palabra "Kehilah" en hebreo significa congregación y es mencionada en Deuteronomio 33:4. En el griego la palabra “Ekklesia”, que significa asamblea y literalmente "los llamados para afuera", es mencionada en Hechos 7:38 para referirse a Israel como la congregación en el desierto y es usada en doble acepción en el Nuevo Pacto. Una de ellas es la "Iglesia Universal" que es el cuerpo del Mesías (Efesios 1:22-23), integrada por todos aquellos que han nacido de nuevo por medio de la fe personal en Yeshúa el Mesías como Salvador (Mateo 16:18; Efesios 5:24-25; Colosenses 1:18; Hebreos 12:23). La otra es para significar una "congregación local" que es una comunidad de creyentes reunidos para alabar a Dios, para tener comunión, para administrar las ordenanzas del bautismo y los tiempos señalados de reunión y para la propagación del evangelio hasta los últimos rincones de la tierra (Hechos 1:8; 13:1-3; 14:23; 1ª Corintios 1:2, 17; 1ª Tesalonicenses 2:14).   Yeshúa el Mesías es la Cabeza de la Iglesia y ella es su cuerpo y vive bajo su dirección (Efesios 1:22-23; Colosenses 1:18), porque Él es la fuente de vida (1ª Juan 5:12).

La Iglesia es llamada a ser la Novia del Mesías a la que ama con amor infinito y por la que se dio a sí mismo para redimirla (Efesios 5:25-27). Como Novia, la Iglesia espera la unión final con el Mesías cuando Él regrese a la tierra (2ª Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7-8). La Iglesia es también el Templo de Dios que Él ha escogido para su morada (Efesios 2:19-22), sin embargo, no debemos confundir la Iglesia con una persona jurídica o con los templos hechos por el hombre (Hechos 17:24).

La Iglesia también es el Israel de Dios (Hechos 7:38; Gálatas 6:16) y el pueblo de Dios como vemos en Mateo 1:21: “Ella dará a luz un hijo; y lo llamarás Yeshúa, porque él salvará "a su pueblo" de sus pecados”. También en Hebreos 8:8: Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo. En Efesios 2:12 encontramos que también los gentiles son injertados en el pueblo de Israel: “En aquel tiempo estabais sin el Mesías, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”.

Dios no ha desechado a su pueblo Israel, por el contrario, todo creyente en Yeshúa el Mesías, sea de origen judío o gentil, ahora es el remanente fiel de la casa de Israel (Génesis 12:3; Isaías 14:1; Romanos 11:1- 24; Efesios 2:14).

Las más importantes funciones de la congregación local de creyentes, que así mismo describen la naturaleza espiritual de la Iglesia universal y su relación con el Mesías son: Adoración, comunión, instrucción de la Palabra de Dios y el entrenamiento de los creyentes para el servicio (Hechos 2:42; 13:2; Efesios 4:11-13; Hebreos 10:25).

Libre albedrío y Predestinación

Dios es absolutamente soberano, y en su soberanía le dio al hombre la libertad de aceptar o rechazar la salvación que Él ha provisto. Es la voluntad de Dios que todos se salven y que ninguno se pierda (Ezequiel 33:11). Él conoce de antemano (Juan 6:64-65; Romanos 8:29-30; Efesios 1:5-14; 2ª Tesalonicenses 2:13; 1ª Pedro 1:2)  pero no predestina a ningún hombre a condenación (Hechos 10:34; 1ª Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Dios permite que el destino del hombre dependa de sus propias decisiones (Romanos 9:30-32).

La seguridad del creyente

Todo verdadero creyente ha recibido y tiene vida eterna como una posesión presente (Efesios 1:13-14) y por lo tanto, puede tener completa seguridad de la salvación por este tiempo y por la eternidad (Juan 3:16; 5:24; 10:28-29; 1ª Juan 3:2; 5:12-13).

La salvación no se gana ni se pierde, sino que se recibe o rechaza (Salmo 24:5, 2ª Tesalonicenses 2:10, 1ª Timoteo 1:15, 2ª Timoteo 3:8, Juan 12:48). El verdadero creyente no rechaza su salvación por pecar eventualmente, lo cual siempre sucede, porque todos pecamos. Tampoco existe nada, ni ahora ni en el futuro que pueda separarlo del amor de Dios (Romanos 8:31-39), aunque pierde la bendición y el gozo de la comunión que podría experimentar y ser galardonado por Dios (1ª Corintios 3:11-15). Dios mantiene estrictas y absolutas sus normas de santidad pues Él dejaría de ser Dios si Él dejara de aborrecer el pecado en forma absoluta (Habacuc 1:13). Por lo tanto el creyente que resiste la gracia ofrecida por el Espíritu Santo en su vida y fracasa en continuar obedeciendo, es castigado por Dios. Esta disciplina no es condenatoria, pues el creyente ya ha sido liberado de la condenación de sus pecados y además éstos ya han sido juzgados en el Mesías (Juan 5:24; Romanos 8:1). Esta disciplina es más bien correctiva, efectuada en su infinito amor por un Padre que ama a sus hijos, para que así éstos puedan aprender a odiar el pecado y a amar la voluntad de Dios (Hebreos 12:5-14).

Dios es santo y Padre justo (1ª Pedro 1:15-16). Él quiere que cuando sus hijos pequen, ellos mismos se examinen (1ª Corintios 11:31), quiere disciplinarlos y corregirlos en su infinito amor (Hebreos 12:6) para que ellos puedan presentarse sin nada de qué avergonzarse ante Él en su gloria (Efesios 5:26-27; Judas 24).

Es un privilegio de cada creyente en el Mesías tener la seguridad de su salvación en esta vida, pues su salvación depende de las promesas de Dios y no de sus propios esfuerzos (Juan 10:28; 1ª Juan 5:11-12). Dios ha prometido no solamente el perdón de todos los pecados (Colosenses 2:13), sin hacer una distinción entre pasados, presentes y futuros, sino también el perfeccionamiento de su salvación por gracia en el individuo (Filipenses 1:6; 1ª Pedro 1:3-5; Romanos 8:29-39). Esta seguridad que el creyente recibe, sin embargo, no constituye una libertad para dar rienda suelta a su carne y abusar de la gracia de Dios (Romanos 6:12; Gálatas 5:1, 13).

La Salvación

La salvación procede de Dios únicamente por su gracia. Desde el principio, nunca hubo otra forma de salvación a no ser por gracia. Esta verdad es claramente establecida en la Biblia (Génesis 6:8; Éxodo 33:12, 17; Jeremías 31:2; Efesios 2:8-9; Tito 3:5). A no ser por la gracia y el amor que Dios provee para que todos los hombres puedan salvarse, nadie podría librarse del castigo merecido por sus propios pecados.

El medio divinamente señalado para la salvación del hombre es la muerte sustitutiva y la resurrección de Yeshúa el Mesías (Hechos 4:12; 1ª Corintios 15:3; Romanos 4:25) que constituyen las columnas fundamentales sobre las que descansa la salvación de los hombres. La salvación no se adquiere por la imitación de la vida del Mesías, aunque su vida sin pecado siempre constituirá el ideal de la vida del hombre salvo (2ª Corintios 3:18). Una persona debe llegar a ser una nueva criatura por medio de la fe en la muerte y resurrección del Mesías para que luego pueda vivir una vida que se conforme al Mesías.

La salvación se concreta en una persona cuando ésta pone toda su fe en Yeshúa el Mesías como su propio Señor y Salvador (Efesios 2:8; Hechos 16:31; Romanos 10:9). Nadie es justificado o considerado justo delante de Dios sin la experiencia de la salvación, pues nadie puede ganarla por medio de buenas obras. La fe que se origina en la salvación involucra toda la persona, incluye el consentimiento mental, confianza personal y sometimiento a la voluntad de Dios (creer, confiar y obedecer).  Ésta fe involucra el arrepentimiento o cambio de mente con relación al pecado, y el volverse a Dios (Hechos 3:19; 20:21; 1ª Tesalonicenses 1:9).

La salvación le es dada al hombre para que éste se sujete a la voluntad de Dios (Deuteronomio 30:20, Efesios 2:10), por lo que la obediencia no es para ganar la salvación, sino una consecuencia de la misma, es fruto de la nueva naturaleza del creyente.  Los esfuerzos del hombre, a pesar de sus buenas intenciones, antes o después de su salvación, no tienen nada que ver con ella. La Salvación es basada en la obra completa de Yeshúa y nada se le puede añadir.

Los hijos de Dios son llamados a una vida de separación de las prácticas pecaminosas y carnales (Mateo 19:9; 1ª Corintios 6:7-8; 2ª Corintios 6:14-17; Efesios 4:17-32; 1ª Juan 2:15-17), y a caminar como es digno del Señor y de su vocación celestial (Efesios 4:1; Colosenses 1:10; 1ª Tesalonicenses 2:12), de tal forma que en nada tengan que ser reprochados por sus semejantes (Efesios 5:1-2; 1ª Tesalonicenses 4:12; 1ª Pedro 2:15-16). Puesto que los hijos de Dios cumplen distintos propósitos y servicios, éstos deben mantener su relación con el mundo, pero no participar de sus prácticas pecaminosas (Juan 17:14-16; 2ª Corintios 6:14, 7:1; 1ª Juan 2:15-17).

Una persona salva recibe muchos beneficios, pero algunos de ellos son: El perdón de los pecados y la justificación ante la presencia de Dios (Hechos 3:19; 13:38-39; Romanos 3:28). La culpabilidad y el castigo del hombre pecador son removidos y éste es declarado justo delante de Dios. El creyente ha sido hecho participante real, no corporal o físicamente, pero sí espiritual y legalmente, de la muerte del Mesías, por medio de la cual ha sido justificado del pecado (Romanos 6:3-7; 2ª Corintios 5:14). Otro beneficio básico es el otorgamiento de una nueva vida por medio del nuevo nacimiento. La vida eterna es dada por el Espíritu Santo a una persona que ha conocido al Mesías como su Salvador y Señor y ha puesto verdaderamente su fe en Él (Juan 3:16, 36; 10:28; Colosenses 3:3; 1ª Juan 5:11-12). Otro beneficio obtenido en la salvación es el de gozar de una permanente relación con Dios, en la que Dios llega a ser padre de la persona y la persona llega a ser su hija (Juan 1:12; Romanos 8:14-17). Las bendiciones y privilegios obtenidos en la salvación son innumerables.

El hombre

Fue creado por un acto expreso de la Omnipotencia de Dios a su propia imagen y semejanza (Génesis 1:27), pero por el pecado que cometió mereció la muerte física y la muerte Espiritual, que es la separación de Dios (Génesis 3; Romanos 5:12). Él acarreó sobre sí mismo y sobre toda la raza humana el castigo por el pecado con la muerte física y la muerte Espiritual. Desde Adán, cada hombre nace con una inclinación al mal dada por una naturaleza pecadora inherente (Salmo 51:5; Romanos 5:12; 6:17) y tan pronto como obtenemos la edad de responsabilidad moral, inevitablemente cometemos actos personales de pecado porque somos pecadores por naturaleza. Todos los hombres, por lo tanto, están bajo la justa condenación de Dios y son incapaces de salvarse por sí mismos o presentar obras buenas o sacrificios aceptables delante de Dios (Isaías 64:6).

La necesidad de creer en el hecho histórico de la caída es señalada por la enseñanza de Pablo referente al paralelismo y contraste que existe entre los hombres que están “en Adán” y los que están "en el Mesías" (Romanos 5:12-21; 1ª Corintios 15:21-22). Sin el reconocimiento histórico de Adán no se puede, consecuentemente, aplicar con eficacia la obra del Mesías y su redención.

Todos los hombres somos culpables delante de Dios y nos hemos hecho merecedores de su justa condenación (Juan 3:36; Romanos 5:16-18). Somos responsables por esta culpabilidad por nuestros pecados y por esto merecedores de la sentencia pronunciada por Dios (Romanos 6:23). Aunque el hombre es capaz de practicar, las así llamadas buenas obras regidas por relativos parámetros humanos, sin embargo, ninguna obra, palabra, o motivación del hombre puede llegar a la medida de perfección que requiere la Justicia de Dios expresada en su Palabra. Solamente la gracia de Dios, ofrecida gratuitamente a través del Mesías puede brindar esperanza y salvación para el hombre pecador. La salvación se recibe solo por la divina gracia (Efesios 2:8-9) y los hombres son justificados únicamente por el derramamiento de la sangre de Yeshúa el Mesías (Romanos 3:24; 5:9), la cual llega a ser eficaz para una persona solamente por poner su fe personal en el Mesías (Efesios 2:8-9; Romanos 3:24-26; Tito 3:5; 1ª Pedro 1:18-21).

Un verdadero hijo de Dios tiene dos nacimientos, uno de la carne o nacimiento físico y el otro del Espíritu; y éstos le dan al hombre una naturaleza carnal y otra espiritual (Juan 3:3-7; 1ª Pedro 1:23). La naturaleza carnal no es ni buena, ni justa, pero si pecaminosa. La naturaleza espiritual no comete pecado (1ª Juan 3:9; 1ª Juan 5:18). Esto resulta en una batalla entre el espíritu y la carne, la cual continúa hasta la muerte física o hasta el regreso de Yeshúa el Mesías. La naturaleza carnal del hombre no cambia en ninguna manera a causa del nuevo nacimiento espiritual, pero puede ser dominada y controlada por el nuevo hombre (Romanos 7:15-25, Romanos 8: 1-23; Gálatas 5:17; 1ª Juan 1:8).

El Nombre de Dios

Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre de Yahweh nuestro Dios eternamente y para siempre (Miqueas 4:5).

Es un mandamiento de Dios que su nombre fuera recordado (Éxodo 3:15), que su nombre no sea usado vanamente (Éxodo 20:7), que no juremos falsamente por su nombre (Levítico 19:12) y que no olvidemos su nombre (Salmo 44:20-21).

El nombre de Dios fue escondido por causa de la rebeldía del pueblo de Israel (Jeremías 44:26), razón por la cual no se menciona ni una sola vez en el Nuevo Pacto, a no ser en el nombre del Mesías y en la palabra Aleluya (aunque la escritura en griego lo distorsiona), ya que este nombre solo sería revelado nuevamente al final de los tiempos juntamente con la salvación de Yahweh (Isaías 52:6).

El nombre Yeshúa corresponde al nombre Yahoshúa abreviado, el cual contiene el nombre de Yahweh (Éxodo 23:21) porque Él es EmanúEl (Dios con nosotros) y su nombre significa Yahweh es salvación, por lo que el nombre de Dios es dado a conocer solamente por medio de Él (Juan 17:26).

Está profetizado que solamente en los últimos tiempos Él devolvería pureza de labios para que invoquemos su verdadero nombre (Sofonías 3:9), cuando Él quitaría los nombres falsos con los que se le ha invocado (Oseas 2:16-17) y daría a conocer su nombre (Jeremías 16:21; Zacarías 14:9b).


Vea aquí una "Reseña histórica de la transformación del nombre Yahweh en Jehovah"






En Éxodo 20 el primer mandamiento es que recordemos el nombre de Él.
En Éxodo 3:15, se menciona que su nombre fuera recordado.
En Levítico 19:12, se menciona no jurar falsamente por su nombre.
En el Salmo 44 verso 20 y 21, se menciona no olvidarse de su nombre.
En el Salmo 20 verso 7, se menciona tener memoria de su nombre.
En Jeremías 23 verso 27, menciona que se olvidaron de su nombre.

Está profetizado que en la madrugada del tercer día, Él devolvería pureza de labios para que invoquemos su verdadero nombre, ver Sofonías 3 verso 9.

Dios quita los nombres falsos con los que se le ha invocado (ver Oseas Cap. 2 verso 16 y 17).

El nombre del padre Eterno se escribe YHWH y se pronuncia IAUE. Por eso decimos HALLELU-YAH (exaltado sea YHWH).

El Espíritu Santo

El Espíritu Santo es Dios. Dios es santo (Levítico 11:44; 1ª Pedro 1:16). De hecho, solo Él es santo en Sí mismo. Dios también es Espíritu (Juan 4:24), y hay solamente un Espíritu de Dios (1ª Corintios 12:11; Efesios 4:4). Por lo tanto, “Espíritu Santo” es una manifestación del único Dios.

Él inspiró las Sagradas Escrituras (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:21), Él ha venido para convencer al mundo de pecado (Juan 16:8-16), para producir el nuevo nacimiento (Juan 3:5-8), para ser nuestro guía (Romanos 8:14), nuestro maestro (Juan 16:13; 1ª Corintios 2:13) y revestirnos de poder para llevar una vida victoriosa sobre el pecado (Romanos 8:3-4). El Espíritu Santo bautiza a cada creyente en el cuerpo Espiritual del Mesías en el mismo instante que éste recibe la salvación por su fe en el Mesías (1ª Corintios 12:13) y lo sella para el día final de redención (Efesios 1:13-14). Los dones espirituales provienen de Él para que los creyentes cumplan con su respectiva función dentro del Cuerpo del Mesías que es la Iglesia.

El Espíritu Santo guía a cada creyente al conocimiento de toda verdad (Juan 14:26; 16:13). Él abre la mente del creyente para que entienda las Escrituras y la verdad de Dios. Esto no quiere decir que el creyente pase a ser infalible en el entendimiento de la verdad, sino que, con la ayuda del Espíritu, es capaz de percibir una correcta perspectiva de la realidad, usar su mente en forma correcta, a diferencia de quien no tiene el Espíritu.

El Espíritu Santo llena a cada creyente para que pueda vivir una vida de santidad y de victoria sobre el pecado (Efesios 5:18). Como el Espíritu llena y controla progresivamente la vida del creyente, la voluntad de Dios, que es su santificación (1ª Tesalonicenses 4:3), es progresivamente perfeccionada en su vida. Es deber del creyente rendirse al control del Espíritu y caminar de acuerdo a Él para que el fruto del Espíritu pueda ser manifestado en su vida. (Gálatas 5:16-25).

Así como el Espíritu Santo llena al creyente, Él también le reviste de poder para que testifique y le sirva (Hechos 1:8). Es notable en los relatos bíblicos, que personas débiles y temerosas fueron transformadas en testigos intrépidos y persuasivos por el poder del Espíritu Santo (Hechos 2:14-37; 3:12; 4:8, 31; 6:8; 9:20-22). Este poder viene únicamente del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo provee dones espirituales al pueblo de Dios para que el ministerio de la Iglesia pueda ser cumplido con orden y bien concertado (1ª Corintios 12:4-11). Los dones Espirituales están presentados en 1ª Corintios 12:8-10, 28-30 y Romanos 12:6-8.  Todos los dones deben ser ejercidos bajo el control del amor (1ª Corintios 12:7-10) y en una forma ordenada (1ª Corintios 14:33, 40).

Las lenguas, interpretaciones, profecías, sanidades y milagros no son prueba de que alguien sea bautizado en el Espíritu Santo, ni evidencian su salvación (Mateo 7:22-23; Gálatas 3:2-14; Juan 7:38-39).

El Mesías y su Obra

Yeshúa significa Yahweh es Salvación como vemos en Mateo 1:21: “Ella dará a luz un hijo; y lo llamarás Yeshúa, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mesías significa Ungido.

1. Él es Yahweh manifestado en carne según vemos en 1ª Timoteo 3:16 “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria”. (Ver también Juan 1:14 y Colosenses 2:9).
2. Tomás confesó a Yeshúa como Señor y Dios (Juan 20:28).
3. Según Hechos 20:28, la iglesia fue comprada con la sangre propia de Dios, específicamente la sangre de Yeshúa.
4. Pablo describió a Yeshúa como “nuestro gran Dios y Salvador Yeshúa el Mesías” (Tito 2:13).
5. Pedro lo describió como “nuestro Dios y Salvador Yeshúa el Mesías” (2ª Pedro 1:1).
6. Nuestros cuerpos son templo de Dios (1ª Corintios 3:16-17), y sabemos que el Mesías mora en nuestros corazones (Efesios 3:17).
7. En Colosenses 2:9 se enfatiza la deidad del Mesías. “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (véase también 1:19). Según estos versículos de la Escritura, Yeshúa no es simplemente una parte de Dios, sino que el total de Dios es residente en Él.
 
Yeshúa afirma ser el Álef y la Tav, el Alfa y Omega o el principio y el fin, primero y último. Él es la Vida y la fuente del agua de Vida, en Apocalipsis 21:7 Yeshúa afirma que Él será el Dios y el Padre de quienes vencieren para ingresar al Reino, lo que es el cumplimiento de la promesa hecha en Éxodo 29:45 y citada de nuevo en 2ª Corintios 6:16 y Hebreos 8:10.

En la Biblia vemos que en Yeshúa el Mesías se integraron la naturaleza humana y divina de una manera como ningún otro ser humano jamás ha tenido. La naturaleza humana o carne y la naturaleza divina o Espíritu manifestaron a quien la escritura llama EmanúEl o Dios con nosotros (Isaías 7:14; Mateo 1:23), reconociendo según la escritura que no hay otro Dios sino Yahweh (Isaías 45:5). Como hombre, Yeshúa fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen María, sin que haya existido relación marital con José o con ningún hombre (Lucas 1:34-35; Mateo 1:20-25).

Yeshúa es el “logos”, la palabra de Dios hecha carne, quien puso su tabernáculo entre nosotros.  Es a la vez totalmente hombre y totalmente Dios (Mateo 1:23; Juan 1:1-2 y 14). Yeshúa es el buen pastor y el cordero a la vez (Salmo 23:1; Juan 10:11 y 14), es Señor de Señores y Rey de Reyes (1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 19:16). Es el que puede caminar sobre las olas del mar (Génesis 1:2; Job 9:8; Mateo 14:25).

Vivió una vida sin pecado (Hebreos 4:15; 1ª Pedro 2:22-23), Él no tuvo una naturaleza pecadora como todos los hombres poseemos desde Adán. En forma victoriosa soportó la tentación del diablo (Mateo 4:1-11), a diferencia de Adán y Eva, quienes sucumbieron a la tentación del diablo (Génesis 3:1-7). Yeshúa no hubiera sido apto para cumplir su tarea de expiar nuestros pecados si Él mismo hubiera caído en pecado. Murió en el madero como un sacrificio sustitutivo perfecto por los pecados de todos los hombres (Isaías 53:5-6; Juan 1:29; Hebreos 2:9; 1ª Pedro 3:14; 1ª Juan 2:2); resucitó corporalmente (Mateo 28:6; Lucas 24:38-43; Hechos 10:40; 1ª Corintios 15:3-4); ascendió a la diestra del Padre. La diestra significa fuerza, poder, importancia, y preeminencia, desde donde Él ejerce como sumo Sacerdote e intercesor, como vemos en Mateo 26:64: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” (Véase también Marcos 14:62; Lucas 22:69; Hechos 1:1-9; Romanos 8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 1ª Juan 2:1). Su regreso para llevar a su Iglesia es inminente y premilenial (Juan 14:3; 1ª Corintios 15:51-52; 1ª Tesalonicenses 4:13-18; Tito 2:13); después de la tribulación Él establecerá su reino milenial sobre la tierra (Zacarías 14:4-21; Apocalipsis 20:4-6). Yeshúa es el único Salvador del mundo (Hechos 4:12).

La muerte de Yeshúa es central en el plan de Dios de salvar a los hombres. Su muerte fue predeterminada por la voluntad de Dios (Hechos 2:22-23) y anunciada en las figuras de los sacrificios de la Torah (Juan 1:29; Hebreos 9:12-14), los cuales manifestaban el justo requerimiento de la Justicia de Dios, que demanda la muerte por el pecado (Romanos 3:21-26). Él murió en lugar de los hombres que estaban bajo la sentencia de muerte, para que así estos no sufran la pena de una separación eterna de Dios (Isaías 53:5-6; 1ª Corintios 15:3; Hebreos 2:9; 1ª Pedro 2:24). La sustitución es el corazón mismo de la enseñanza de la muerte del Mesías. Esta verdad es la más importante en términos de los requerimientos de la ley de Dios. Creemos además, que la muerte del Mesías fue en favor de todos los hombres (1ª Timoteo 2:6; 1ª Juan 2:2; Juan 1:29), y que al ser representativa, vicaria y sustitutiva, la muerte del Mesías viene a ser la muerte legal o judicial de todos los hombres que creen en Él (2 Corintios 5:14; Romanos 6:3-6). Sin embargo, los beneficios de su muerte no son para todos de manera automática, pues debe haber respuesta o decisión de fe por parte del hombre (Juan 3:16; Romanos 3:22).

Yeshúa se levantó del sepulcro en forma corporal. La resurrección física de Yeshúa es confirmada por los cuatro escritores del evangelio (Mateo 28; Marcos 16; Lucas 24; Juan 20), y fue el tema principal en la predicación de los apóstoles (Hechos 2:14-32; 3:15; 13:29-30; 1ª Corintios 15). Esto comprueba la afirmación de Yeshúa de que Él es el Hijo de Dios, asegura que Dios aceptó su muerte como un sacrificio sustitutivo por los pecados; asegura el fundamento para la nueva vida que Dios ofrece a todos los que creemos en Yeshúa (Romanos 5:10; 8:11), garantiza el cumplimiento pleno del programa redentor de Dios y la victoria final sobre el postrer enemigo, la muerte, (1ª Corintios 15:22-23, 26, 55-57).

Yeshúa ascendió a los cielos y su ministerio actual ante la presencia de Dios es interceder en favor del pueblo de Dios. Lucas narra la ascensión como un hecho histórico (Lucas 24:50-53; Hechos 1:9). Allí, Él nos representa ante Dios como nuestro Gran Sumo Sacerdote y Abogado (1ª Juan 2:1).

Yeshúa regresará personal y físicamente a la tierra. Así les prometió a los que le siguieron (Juan 14:13; Hechos 1:11) y así fue enseñado explícitamente por los apóstoles (1ª Tesalonicenses 4:13-18). El tiempo de este retorno es inminente. El pueblo de Dios está advertido acerca de que debe velar en todo tiempo por su regreso (1ª Tesalonicenses 5:4-9).

Yeshúa el Mesías es el único salvador del mundo. En este mundo de proliferación de religiones, la Biblia declara que hay un sólo camino para la salvación de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2), que es el Mesías (Juan 14:6; Hechos 4:12). Los hombres deben confiar en Yeshúa el Mesías y conocerle personalmente.

Yeshúa es el Señor de todo. Él ha sido levantado por Dios a la posición de suprema autoridad sobre toda la creación (Mateo 28:18; Juan 17:2; Filipenses 2:9-11). Los hombres deben someterse voluntariamente a su autoridad en esta vida o tendrán que presentarse ante Él como Juez en la vida venidera. No hay ninguna forma de eludir la autoridad absoluta de Yeshúa el Mesías.