La salvación procede de Dios únicamente por su
gracia. Desde el principio, nunca hubo otra forma de salvación a no ser por
gracia. Esta verdad es claramente establecida en la Biblia (Génesis 6:8; Éxodo
33:12, 17; Jeremías 31:2; Efesios 2:8-9; Tito 3:5). A no ser por la gracia y el
amor que Dios provee para que todos los hombres puedan salvarse, nadie podría
librarse del castigo merecido por sus propios pecados.
El medio divinamente señalado para la salvación del
hombre es la muerte sustitutiva y la resurrección de Yeshúa el Mesías (Hechos
4:12; 1ª Corintios 15:3; Romanos 4:25) que constituyen las columnas
fundamentales sobre las que descansa la salvación de los hombres. La salvación
no se adquiere por la imitación de la vida del Mesías, aunque su vida sin pecado
siempre constituirá el ideal de la vida del hombre salvo (2ª Corintios 3:18).
Una persona debe llegar a ser una nueva criatura por medio de la fe en la
muerte y resurrección del Mesías para que luego pueda vivir una vida que se
conforme al Mesías.
La salvación se concreta en una persona cuando ésta
pone toda su fe en Yeshúa el Mesías como su propio Señor y Salvador (Efesios
2:8; Hechos 16:31; Romanos 10:9). Nadie es justificado o considerado justo delante
de Dios sin la experiencia de la salvación, pues nadie puede ganarla por medio
de buenas obras. La fe que se origina en la salvación involucra toda la
persona, incluye el consentimiento mental, confianza personal y sometimiento a
la voluntad de Dios (creer, confiar y obedecer). Ésta fe involucra el arrepentimiento o cambio
de mente con relación al pecado, y el volverse a Dios (Hechos 3:19; 20:21; 1ª
Tesalonicenses 1:9).
La salvación le es dada al hombre para que éste se
sujete a la voluntad de Dios (Deuteronomio 30:20, Efesios 2:10), por lo que la
obediencia no es para ganar la salvación, sino una consecuencia de la misma, es
fruto de la nueva naturaleza del creyente.
Los esfuerzos del hombre, a pesar de sus buenas intenciones, antes o después
de su salvación, no tienen nada que ver con ella. La Salvación es basada en la
obra completa de Yeshúa y nada se le puede añadir.
Los hijos de Dios son llamados a una vida de
separación de las prácticas pecaminosas y carnales (Mateo 19:9; 1ª Corintios
6:7-8; 2ª Corintios 6:14-17; Efesios 4:17-32; 1ª Juan 2:15-17), y a caminar
como es digno del Señor y de su vocación celestial (Efesios 4:1; Colosenses
1:10; 1ª Tesalonicenses 2:12), de tal forma que en nada tengan que ser
reprochados por sus semejantes (Efesios 5:1-2; 1ª Tesalonicenses 4:12; 1ª Pedro
2:15-16). Puesto que los hijos de Dios cumplen distintos propósitos y servicios,
éstos deben mantener su relación con el mundo, pero no participar de sus
prácticas pecaminosas (Juan 17:14-16; 2ª Corintios 6:14, 7:1; 1ª Juan 2:15-17).
Una persona salva recibe muchos beneficios, pero
algunos de ellos son: El perdón de los pecados y la justificación ante la
presencia de Dios (Hechos 3:19; 13:38-39; Romanos 3:28). La culpabilidad y el
castigo del hombre pecador son removidos y éste es declarado justo delante de
Dios. El creyente ha sido hecho participante real, no corporal o físicamente,
pero sí espiritual y legalmente, de la muerte del Mesías, por medio de la cual
ha sido justificado del pecado (Romanos 6:3-7; 2ª Corintios 5:14). Otro
beneficio básico es el otorgamiento de una nueva vida por medio del nuevo
nacimiento. La vida eterna es dada por el Espíritu Santo a una persona que ha
conocido al Mesías como su Salvador y Señor y ha puesto verdaderamente su fe en
Él (Juan 3:16, 36; 10:28; Colosenses 3:3; 1ª Juan 5:11-12). Otro beneficio
obtenido en la salvación es el de gozar de una permanente relación con Dios, en
la que Dios llega a ser padre de la persona y la persona llega a ser su hija
(Juan 1:12; Romanos 8:14-17). Las bendiciones y privilegios obtenidos en la
salvación son innumerables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario