viernes, 12 de julio de 2013

La seguridad del creyente

Todo verdadero creyente ha recibido y tiene vida eterna como una posesión presente (Efesios 1:13-14) y por lo tanto, puede tener completa seguridad de la salvación por este tiempo y por la eternidad (Juan 3:16; 5:24; 10:28-29; 1ª Juan 3:2; 5:12-13).

La salvación no se gana ni se pierde, sino que se recibe o rechaza (Salmo 24:5, 2ª Tesalonicenses 2:10, 1ª Timoteo 1:15, 2ª Timoteo 3:8, Juan 12:48). El verdadero creyente no rechaza su salvación por pecar eventualmente, lo cual siempre sucede, porque todos pecamos. Tampoco existe nada, ni ahora ni en el futuro que pueda separarlo del amor de Dios (Romanos 8:31-39), aunque pierde la bendición y el gozo de la comunión que podría experimentar y ser galardonado por Dios (1ª Corintios 3:11-15). Dios mantiene estrictas y absolutas sus normas de santidad pues Él dejaría de ser Dios si Él dejara de aborrecer el pecado en forma absoluta (Habacuc 1:13). Por lo tanto el creyente que resiste la gracia ofrecida por el Espíritu Santo en su vida y fracasa en continuar obedeciendo, es castigado por Dios. Esta disciplina no es condenatoria, pues el creyente ya ha sido liberado de la condenación de sus pecados y además éstos ya han sido juzgados en el Mesías (Juan 5:24; Romanos 8:1). Esta disciplina es más bien correctiva, efectuada en su infinito amor por un Padre que ama a sus hijos, para que así éstos puedan aprender a odiar el pecado y a amar la voluntad de Dios (Hebreos 12:5-14).

Dios es santo y Padre justo (1ª Pedro 1:15-16). Él quiere que cuando sus hijos pequen, ellos mismos se examinen (1ª Corintios 11:31), quiere disciplinarlos y corregirlos en su infinito amor (Hebreos 12:6) para que ellos puedan presentarse sin nada de qué avergonzarse ante Él en su gloria (Efesios 5:26-27; Judas 24).

Es un privilegio de cada creyente en el Mesías tener la seguridad de su salvación en esta vida, pues su salvación depende de las promesas de Dios y no de sus propios esfuerzos (Juan 10:28; 1ª Juan 5:11-12). Dios ha prometido no solamente el perdón de todos los pecados (Colosenses 2:13), sin hacer una distinción entre pasados, presentes y futuros, sino también el perfeccionamiento de su salvación por gracia en el individuo (Filipenses 1:6; 1ª Pedro 1:3-5; Romanos 8:29-39). Esta seguridad que el creyente recibe, sin embargo, no constituye una libertad para dar rienda suelta a su carne y abusar de la gracia de Dios (Romanos 6:12; Gálatas 5:1, 13).

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